Había una vez en un pueblo español una familia formada por un padre, una madre y seis hijos. El padre se encargaba de conseguir y suministrar las necesidades básicas a su familia entre las cuales se encontraba la seguridad, un techo bajo el que dormir y la más preciada y valorada por todos; la comida.
La madre se ocupaba y preocupaba por administrar todos lo bienes comunes que su marido ponía a su disposición además del cuidado personal de cada uno de sus hijos. Y la educación, iba surgiendo en el día a día llevada por las circunstancias que vivían y por el sentido común que por suerte poseían ambos y que les había enseñado la experiencia de la vida.
Dos veces por semana, si todo iba bien, la madre preparaba huevos para comer. Y los distribuía de la siguiente forma: uno para cada uno de sus seis hijos y dos para el padre. En el caso de que la semana no fuera “buena” los hijos se apañaban con patatas y pan, que los huevos eran para el padre.
Los hijos iban creciendo y sobre todo despertando consciencia.
Vino un tiempo próspero en el que la madre podía servir huevos para comer unas cuatro veces por semana y aunque pudiera haber “abundancia” ella siempre servía un huevo para cada hijo y dos para su marido.
Un día a la hora de comer después de servir los alimentos y antes de comenzar a llenar la boca, el hijo mayor que ya llevaba varios días conociendo la distribución de los alimentos, miró el plato de su padre, miró el suyo propio e inmediatamente buscó la atención de la madre y le pregunto:
- "Madre ¿por qué el padre siempre come dos huevos y yo solo como un huevo?"
La madre le miró a los ojos, sonrió y le contestó:
- "Cuando seas padre, comerás huevos"
No me contaron más de esta historia pero probablemente aquel hijo mayor se hizo hombre y fue padre, y como sus circunstancias sociales y económicas no eran ya las mismas recordó que él de pequeño pasó mucha hambre y decidió por voluntad propia dar a sus tres hijos dos huevos como los que él ya comía. Y la historia y la vida se iban sucediendo, y resultó que al hijo mayor de este buen hombre no le agradaban mucho los huevos y prefería el jamón serrano del cual la familia no solía disponer. Y muy de vez en cuando le repetían, aunque con menos éxito, aquello de: “cuando seas padre, comerás huevos”…. Y unas dos veces al mes ya le daban un poquito de jamón.
Pero fue pasando el tiempo y con él las circunstancias se fueron haciendo más favorables para todos los temas de las necesidades básicas y en general se fueron haciendo más fáciles para aquella familia.

Una historia tan simple y aparentemente estúpida es el breve resumen de una educación que se ve sometida a las circunstancias que los seres humanos vivimos y que no somos capaces de separarla o dejarla al margen de la realidad que vamos construyendo entre todos.
Son muchas las acciones del día a día que se repiten una y otra vez sin ser conscientes de ellas pero que van definiendo la manera de ser de los niños que nos rodean.
Yolanda Verdú
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